sábado, 8 de noviembre de 2008

Los que se separan solo son los padres, no los hijos



Es sabido que el desarrollo emocional de nuestros hijos se sostiene en la calidad del apego que se va estableciendo con las figuras parentales. Con la madre se instaura un vínculo primario que actúa operantemente sobre el desarrollo armónico de las emociones a lo largo de su vida infantil. También es cierto que la figura del padre, como vínculo secundario, adquiere una relevancia no menos importante en la modulación de las mismas.


Lo que ignoran muchos padres es que los hijos no entienden las desavenencias entre sus padres, ni sus conflictos, no comprenden “sus razones”, sufriendo por igual cuando éstos se instalan en sus estilos de interacción, pero sufren más cuando los padres los utilizan como armas arrojadizas e indefensas para hacerse más daño mutuamente en una ciega espiral de venganza . En estos casos son víctimas de una revancha entre adultos que ni desean ni comparten, pero que sufren en soledad.

Por ello, no es de extrañar que se sientan, a veces, culpables adoptando actitudes y comportamientos indicativos de su profundo sufrimiento psicológico, sea en forma de estados clínicamente depresivos y ansiedad o expresados como trastornos de conducta, conductas regresivas, fracaso escolar, aislamiento social etc.. En definitiva, un sufrimiento en soledad para el que carecen de habilidades suficientes que les ayuden a resolver.

Muchos padres, lejos de interpretar estos cambios emocionales y/o conductuales en sus hijos como el resultado de sus propios conflictos, los ponen en relación con los cambios producidos en el otro. Para las madres será que el padre no se ocupa lo suficiente o los utiliza frente a ella, para los padres, que la madre actúa intencionadamente sobre su hijo con objeto de desautorizarlo en su paternidad. Esta dinámica, normalmente, no es consciente, sino que obedece a mecanismos defensivos, más o menos inconscientes, de proyección: ante la imposibilidad psicológica de aceptar su responsabilidad en el malestar y sufrimiento de su hijo, la deposita en el otro.

Este es el primer eslabón dentro de una amplia cadena de errores de lo que se ha venido en llamar el Síndrome de Alienación Parental (SAP), en donde es muy difícil determinar la cota de responsabilidad de cada una de las figuras parentales. Independientemente de que pueda ser una realidad, se le suele simplificar, con demasiada frecuencia, depositando la responsabilidad absoluta en las actitudes y comportamientos de la madre con la fácil justificación de que en la mayoría de los casos es ella quien asume la tutela, olvidando “intencionadamente” que el padre no es una figura impasible ni pasiva, ante los embates de la madre y, por tanto, contribuyendo él también en la génesis de la alienación.

Por ello, ante una situación de separación o divorcio, debemos escuchar a nuestros hijos, no interpretar sus deseos como el resultado de manipulaciones, hacerles ver nuestra disposición incondicional hacia ellos, no descalificar a la otra figura parental, no utilizar los desacuerdos que puedan existir en cuanto a pautas educativas entre ambos como un arma arrojadiza de descalificación mutua. Cuando el nivel de conflicto impide llegar a acuerdos globales debemos consultar con un profesional que nos garantice una actuación que posibilite el bien emocional de nuestros hijos; nos jugamos su futuro psicológico.

¡No olvidemos que los que se divorcian o separan son los padres, no los hijos.

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